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El otro día vi una niña de unos 3 años llorando desconsolada por el miedo y el frío que estaba pasando al ser forzada a hacerse una foto en frente de una catarata.
No sé qué interés puede tener una foto donde tú sales con una sonrisa más falsa que las peleas de los Power Rangers con tu hija pasando uno de los peores ratos de su corta vida, lo que sí sé es que es un claro indicador de que se nos ha ido un poco la pinza.
La semana pasada hice un viaje por Austria, donde estuve en lugares silenciosamente encantadores pero también otros sitios muy turísticos (pero de obligada visita).
Y lo que vi me dejó horrorizado.
Si no puedes pagarlo al contado, no lo compres financiado
Esta semana nos ha traido una noticia curiosa:
Los créditos al consumo han aumentado este mes de junio marcando una cifra de récord: los hogares españoles han pedido prestado 11.240 millones en junio, el mayor incremento registrado del crédito al consumo en este mes.
Récord de préstamos al consumo precisamente con los tipos de interés más altos de los últimos años.
Y dirán: «¡Pero es que me lo merezco!»
Seguro que te lo merezcas más que el político que se levanta 5.000€ al mes extraídos de tus impuestos mientras tú te partes el lomo currando. Ahí podemos estar de acuerdo, pero sigue siendo una terrible decisión económica.
Si no puedes pagarlo al contado, no lo compres financiado. La única excepción a esto es la vivienda.
Las vacaciones las vas a pagar igual porque el crédito hay que devolverlo, y para colmo devolverás mucho más de lo que te han costado por unos intereses inflados. Es decir, que podrías tener unas mejores vacaciones si planificaras con tan sólo un año de antelación.
Repito: sólo un año.
Pero desgraciadamente hemos llegado a un punto de negligencia financiera donde mucha gente no es capaz de planificar sus gastos ni siquiera en el corto plazo.
Hacer entender a este tipo de personas que estén 10 años invertidos para que pueda ver buenos resultados requiere un enorme cambio de mentalidad. Pero es necesario.
Pedir créditos al consumo es robar a tu futuro yo.
Financiar unas vacaciones era algo impensable en la generación de nuestros abuelos, mucho más sacrificada, mucho más comprometida con el futuro. Este año me voy de vacaciones sólo un fin de semana para que dentro de 5 años me pueda ir todo un mes. Ésa es la mentalidad correcta.
Y lo peor de todo este asunto no es ya tomar una decisión económica que lastra tus finanzas y tu salud mental durante los próximos años. Que mira que es grave.
No, es incluso peor la motivación que hay detrás:
Financiar parecer feliz en Instagram
Parece que para muchas personas si no se hacen la foto y la publican a una red social, es como si ese momento no hubiese existido.
Doce estados de Whatsapp al día, tantos como los apóstoles, predicando el mensaje de que por la mañana han tomado un café en el Starbucks, han visitado ese monumento tan conocido (pero del que no se han parado a entender su contexto histórico) y han cenado esa comida por la que les han clavado el doble que a los locales.
Los dueños de los restaurantes caza-turistas sonríen, las estatuas lloran. Ya no son grandiosas. Ya no simbolizan nada. Se construyeron para inspirar a los hombres pero la gente ya no busca la inspiración, buscan likes.
Los paisajes ya no se admiran. Ya no dan pie a reflexiones ni a suspiros. Ya no encojen el alma, no evocan. Selfie y vámonos rápido que tenemos que ver otra cosa de la lista.
Y al menos antes las fotos se guardaban el álbumes que revisar pasados unos años. Ahora son más efímeras: las stories duran 24 horas. Morirán almacenadas en Google Photos o iCloud.
Yo veo esto viajando y me pregunto: ¿Pero ustedes hacen turismo para ustedes mismos o para los demás?
Me recuerda a esa frase de «La gente no quiere leer, quiere haber leído.»
Con los viajes pasa lo mismo: La gente no quiere estar, quiere haber estado.
Yo no estoy libre de pecado, también tengo instagram. Pero jamás dejaré que unos sucios likes guíen mis viajes o decidan cómo gasto el dinero.
Las redes sociales nos intoxican. Han hecho que vivamos de cara a la galería. Que nos guste dar envidia a los demás.
Y esto destroza nuestras finanzas personales por completo:
- Vemos miles de anuncios al día de cosas que no necesitamos pero que nos hacen creer que las necesitamos. Venga, otro paquetito de Amazon en la puerta. Hay publicidad que no puedes evitar ver, pero por Dios, salte de esos grupos de chollos de telegram.
- Los influencers predican un estilo de vida falso, no lo compres. Durante la colaboración con Shein o Prozis se muestran sonrientes, pero cuando la cámara está apagada se sienten aliviados: por fin pueden dejar de fingir que les gusta su vida. Qué casualidad que el producto tan bueno e imprescindible que te recomiendan utilizar es también el que mejor paga la publicidad.
- Te enfrentas a un sesgo brutal: sólo se enseña lo bueno. Estás consumiendo el escaparate de los highlights. Parece que todo el mundo está viajando o de fiesta, y tú con el sofá al lado del ventilador después de haberte comido unos macarrones con tomate. «Si ellos lo hacen, yo también tengo que hacerlo». No, no tienes por qué. Sal de ese juego. Para la rueda.
Basta ya.
Está en tu mano no caer en la trampa del estatus social. En no entrar en competiciones por aparentar, que esconden juegos de suma negativa donde todos pierden, especialmente tu cartera. En bajarse de la rueda de consumir como consumen los demás y empezar a hacerlo como a ti realmente te de la gana, sin influencias externas. Sin intentar impresionar a los demás, poniendo el foco en ti y en los tuyos.
Hay que pararse a admirar el paisaje. A mirar a las estatuas a los ojos.